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Muelle flotando
...soy una náufraga sentada en el extremo de mi isla, aguardando que algo rompa el tedio del horizonte y lanzo, a la brisa que sacude este lugar, mis llantos en forma de palabras cojas... así empezó todo

sábado, 26 de mayo de 2007

Pequeña historia de una búsqueda, 1

El hilo de luz entraba por el pequeño ventanuco a su espalda. Cruzando decidido el cuarto hasta estrellarse contra los huesos de la jaula y contra su cuerpo. Frenado en seco, convertido en sombras negras dibujando barrotes sobre el suelo y la pared.

Una gota de claridad disolviéndose eternamente en la espesa oscuridad de la habitación, ocultando objetos, amplificando sonidos, comprimiendo el mundo hasta reducirlo a tan solo aquello que estaba al alcance de su mano. Y, desde dentro de su pequeña jaula de barrotes abrazando barrotes, los brazos, delgados y desnudos, se estiraban hasta más allá de la frontera de metal, hasta llegar a la pared, donde se detenían para arañar la capa de vieja pintura ya casi desprendida, tratando de esquivar así al tiempo escondido tras cada hora, dibujando pequeños seres fantásticos encerrados en sus cárceles de diminutos arañazos sobre una pared torturada.


Un profundo silencio servía, día tras día, como paisaje perfecto para el susurro apagado del rasguño sobre la pared, para el zumbido machacante de los ventiladores abofeteando el aire de la habitación contigua. Un silencio que lo empapaba todo, que lloraba una voz lastimosa cuando el pequeño jugaba a convertir su jaula en un péndulo sin temor a moverse por siempre acompasado. Silencio en el que las horas se fundían, no sin dificultades, haciendo desaparecer semanas y meses, días de tedio emborronándolo todo y noches de luces, gritos y música desgarrando el ambiente.


Soledad absoluta en el vetusto hogar rodante en el que viajaban unos cuantos trastos, casi aplastados por el peso de los caminos recorridos y las funciones representadas, el pequeño en su jaula, un piano con la mitad de sus teclas rendidas y sordas, y el viejo contador de historias que en ese momento estaría recorriendo la ciudad con sus mentiras, anunciando el espectáculo de esta noche, sacudiendo la lógica con promesas de hechos increíbles, de hazañas nunca vistas en esta parte del mundo, nunca, ni tan siquiera imaginadas. En las esquinas de la ciudad, donde durante un ínfimo instante se rompen los senderos trazados por la rutina, donde dejas de caminar sola para verte sacudida por la sorpresa que te obliga a esquivar miradas y pasos ajenos, allí donde recuperas una mínima parte de la sensación de no ser una en el mundo, allí estará, omnipresente, la cantinela bien entrenada de un viejo jugando a ser joven enérgico, de un tirano simulando ilusión por la vida, sabiduría, el hilo de una historia perdiéndose en la inmensidad de la ciudad, una fábula sobre hombres rendidos en mitad de un agitado mar de sopor que atenaza las almas, y la visión de una isla de calmadas aguas que abrazan los cuerpos y las mentes. Un hombre apostado en su podium, sacudiendo latigazos a los viandantes para atraer su atención, para mostrarles el camino, para invitarles al espectáculo más impresionante y sorprendente que podrán ver nunca en sus largas y tortuosas vidas, un contador de historias mentiroso y déspota para los que noche tras noche, cuando el piano se apaga, comparten el tintineo de la botella y el vaso en su mano y el horroroso hedor de su cuerpo dormido, vencido; un gran hombre para otros muchos.


En la retorcida caravana la actividad parecía ir creciendo, sin pausa, al ritmo de de la luz abandonando al día. Sin que nada ni nadie se moviese de su lugar, sin que nada ni nadie avanzase ni un solo centímetro, el solo paso de las horas era suficiente para acercar la ansiedad del momento preciso en el que la puerta de hojalata se abriría, y una voz profunda anunciase que la hora había llegado, que cada uno tomase sus ropas y disfrazase sus cuerpos, que cada uno tomase su guión y vistiese sus almas, todos preparados para crear, una noche mas, la fantasía más creíble y emocionante que los ojos de esta ciudad hayan podido ver jamás.

Y el viejo comenzó a subir la pequeña escalinata y, unos segundos después, la manivela venció a la puerta cerrada y la luz, la voz, el ansia, lo inundó todo.

[...]








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