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Muelle flotando
...soy una náufraga sentada en el extremo de mi isla, aguardando que algo rompa el tedio del horizonte y lanzo, a la brisa que sacude este lugar, mis llantos en forma de palabras cojas... así empezó todo

viernes, 10 de noviembre de 2006

Todos los títulos

Estos son los títulos publicados hasta la fecha, en orden alfabético:

Esta noche, alguien ha decidido que era un buen momento para llenar de melancolía las últimas horas del día, y debido a eso, no puedo más que observar como las gotas que empapan el suelo de mi rincón, caen con furia sobre la tierra y resbalan por esta, hasta desaparecer de mi vista, mientras yo permanezco en el extremo del suelo metálico, resguardada del aguacero...


Los edificios en el centro de la ciudad son enormes conglomerados de cubos hechos de acero y hormigón. Paredes que se elevan sin fin desde mis pies hasta donde no alcanzo a distinguir. Son una violenta mezcla de materiales que penetran unos en otros, encajando perfectos, sin provocar ni la más mínima fisura, sin dar oportunidad al aire, contaminado de humanos y máquinas, que se estrella continuamente contra ellos...


- ¿Dónde has estado todo este tiempo? –me preguntó y yo me dejé vencer por el dulce rebosando de su mirada, y sonreí de esa forma que sólo sonríen aquellas a las que, de pronto, les tiemblan las rodillas sacudidas por el aroma de los buenos recuerdos vividos...


En mi sueño, las gotas de lluvia arreciaban furiosas sobre la piedra que sobrevivía a mis pisadas. Se deslizaban por los surcos trazados por el tiempo en los muros, como los dedos que se pierden entre la espesura de un cabello anudado. Resbalando por el laberinto de roca en busca de los charcos, cien veces pisados, que poco a poco se extendían incansables, agitados...


Hay un rincón, unos pasos más allá del último tramo de metal, donde mis pies todavía pueden pisar tierra. Inerte y sucio, un postrero oasis asfixiado por el infinito desierto. Un rincón que sólo sentiría mis pisadas si de él no hubiese escapado la vida hace tiempo. El último valiente o el último olvidado de una guerra que no he conocido, pero que estoy viviendo...


Los vencidos cristales que vestían, ya sólo como pequeños remiendos, el techo de los viejos andenes de una estación olvidada, dejaban pasar, a regañadientes, la luz de un sol que a esas horas se mostraba altivo y dominador. A cubierto de la claridad, entre la mugre que marcaba, infalible, el tiempo transcurrido desde la última visita de algún ser vivo a aquel lugar, descansaba un viejo loco, vigilante vocacional de los rincones más perdidos de la comarca, solitario por naturaleza y agotado por principios...


Os observo mientras giráis a un solo paso del camino de viento. Entremezclados con la espiral imperfecta que lucha por no complacer el deseo de un sol, avaricioso e irritado, sediento de formas por esculpir, ahora que ya casi agoniza...


La pequeña ventana, escamoteada en las paredes del cuarto, mostraba un mínimo pedazo de la perpetua noche estrellada que amordazaba al planeta. Inmóvil, a unos pocos miles de kilómetros, flotaba, en la nada, el pequeño satélite que noche tras noche despreciaba, con su absoluta indiferencia, el honor de poder contemplar el todo sin esfuerzo, ofreciendo su castigada espalda a todos aquellos que a esa hora, todavía no lograban dormir...


Odeim camina y, cada paso dado, es más frágil que el anterior. Su mirada ya no se muestra dócil y parece pertenecer más al horizonte que a sus deseos. Odeim se adentra en el bosque de retorcidos árboles desnudos, telaraña flexible que acoge su cuerpo con delicadeza y se cierra tras su espalda, abrazando el calor que sobrevive unos instantes, detrás de su cuerpo en movimiento...


La voz le temblaba, frágil como la llama que se contonea azotada por una un hilo de brisa inconsistente, mientras dictaba a la máquina las palabras destinadas a culminar su obra. Un segundo después de cerrar, con un esquelético fin, los últimos dos años de su vida, dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre el cristal que aún le separaba del mundo exterior...


Las horas se topan con el brusco descenso del día al infierno de las tinieblas. El relente de la oscuridad que ya acecha, llega para calmar las heridas de una tierra árida y estéril. Una llama se contonea y muere, acto seguido, ante la brisa fugada de unos labios...



Si te pido que me lleves allí, justo allí, donde la luz todavía encuentra ganas de vencer.... prométeme que silenciarás mi deseo con una caricia suave y un beso que cierre mis párpados...



El hilo de luz entraba por el pequeño ventanuco a su espalda. Cruzando decidido el cuarto hasta estrellarse contra los huesos de la jaula y contra su cuerpo. Frenado en seco, convertido en sombras negras dibujando barrotes sobre el suelo y la pared...



Ravén siente como su respiración reina sobre todos los sonidos de la sala. Ligeramente entrecortada, hace minutos que no es capaz de hallar un ritmo constante que le permita rescatar a sus pulmones del ambiente, cada vez más viciado, de la habitación.
Ravén ha decidido dejar de temblar hace ya dos horas, o veinte, no lo recuerda. Sabe que ha ordenado a sus músculos buscar el reposo que debería otorgar la costumbre...


Las calles de la ciudad perecen, asfixiadas por el incontrolable tránsito de hombres y mujeres, sus sonrisas despreocupadas y sus miradas imperturbables. En el ambiente, sembrado por una noche oscura, se funden aromas de diversión y la suave melodía de un blues que huye de las alcantarillas y los callejones, para sortear nuestros pies, a ras de suelo, y filtrarse con las ropas, piel arriba, hasta emborrachar nuestras cabezas...


Más allá de la cúpula que resguarda nuestras cabezas, hoy el sol ha desaparecido por completo, oculto por una espesa capa de nubes, densas y oscuras, que se han encargado de absorber cada uno de los rayos de luz que luchaban, con afán, por penetrar en el rincón más opaco del cielo de este día. Hoy me he despertado por la rutina y no por la claridad de la mañana...









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