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Muelle flotando
...soy una náufraga sentada en el extremo de mi isla, aguardando que algo rompa el tedio del horizonte y lanzo, a la brisa que sacude este lugar, mis llantos en forma de palabras cojas... así empezó todo

miércoles, 27 de agosto de 2008

Ravén, Lilián, Hamir, 2

Lilián

Cuando Lilián decidió, por primera vez, que había llegado la hora de arriesgarlo todo, desafiando al todavía débil equilibrio de sus años escasos, para poner un pie ante el otro y mecer el peso de su cuerpo hasta lograr el anhelado primer paso de su infancia, lo hizo de forma natural, con la sinceridad propia de la niñez, sin pensar ni un segundo más allá del momento presente, pero, en su caso, aquel gesto se vio acompañado por una trascendencia que ya nunca más abandonaría sus huesos.

A través de los atardeceres solitarios y serenos de aquel rincón del mundo, Lilián despidió a los años cruzando ante sus ojos con fiera velocidad, con descuido, con profunda valentía. Se fueron deshaciendo, los meses y los días, destrozados contra el arrojo, sincero y puro, de su piernas firmes, talladas de una roca inmortal. No quedó ni rastro de la zozobra propia del tiempo mientras camina, ni sobre su piel, ni entre sus cabellos, ya al final espesos e indomables como toda ella, ni entre la viscosidad de sus recuerdos torpes. Se rindió la primera y la última añoranza que quiso amargar su alma; cuentan que se miraron a los ojos, la nostalgia y Lilián, y saltaron miles de pedazos de melancólica tristeza esparcidos por el empedrado suelo de la plaza, como pequeños caramelos de colores y celofán que se pierden entre los adoquines.

Fue en las noches de fuerte viento, en aquellas en las que, lo que durante el día fue brisa, llega ahora del mar con virulencia, ansiosa, sedienta de tierra firme, en las que se gestó la leyenda según la cual, era el nombre de Lilián el que venía buscando la sal suspendida en el aire. Y, hasta encontrarlo, era entre las tinieblas de viento y cólera, en las que las ráfagas, vacías de cordura y control, se estrellaban contra los muros de piedra, serpenteando por las callejuelas como una manada desbocada, golpeando las ventanas hasta hacerlas relinchar, sacudiendo las puertas en sus marcos de madera inmortal, haciendo estremecer a los que se guarecían tras ellas, expulsando, de la oscuridad del fin del día, a las hadas que siempre han transportado los sueños que han calmado las lágrimas de los niños que nunca quieren dormir. Fue en en aquellas noches, casi todas ellas sin luna y sin más ruido que el que el viento conduce, en las que las ancianas rezaban para que la eterna Lilián saliese de su escondrijo de silencio y calma, para recibir a los vientos, para dejar que estos desbaratasen sus cabellos y formasen nuevos rizos de salitre y caos, para que permaneciese, una noche más, erguida durante horas bajo el dintel de su hogar, hasta calmar las ansias de un Eolo enamorado de aquella mujer de asfixiante belleza.

Are you Alive?


Are you Alive? por Jorge V.F.


Pero un buen día, la leyenda se infectó al saltar de boca en boca, de la ponzoña de la madre a la de la hija, y alguien hizo acopio de rabias eternas y alguien más sumó el veneno añejo de perennes envidias.
Un buen día, bajo las nubes espesas que anuncian, traicioneras, que el invierno llegó ayer, una voz rompió el silencio y unas cuantas más, cobardes, casi mudas, vociferaron aprovechando el sendero abierto: ¡culpable, Lilián! Culpable de jugar, constantemente, con la luz del universo. Culpable de que el viento se cuide de silbar mientras sea tu voz la que perturba la tarde, y se enfurezca si no es tu rostro el que le espera al final de la calle, cuando la luz ha dejado ya de ser. Culpable de que el frío se vuelva tímido, cuando son tus pasos los que cruzan la plaza. ¡Culpable, Lilián!
Y ese día, la que fue niña inocente y más tarde mujer de indomable vitalidad, fue exiliada de la vida de los humanos. Fue expulsada a un lugar entre el bosque espeso, donde las ramas casi no dejan pasar la luz y donde el viento tiene vetada la entrada; arrojada a ese rincón, apartado y desconocido, en el que las hojas crean sombras sobre el musgo que se ha apoderado de un suelo siempre impregnado de agua, para vivir encerrada entre unos muros de piedra que rezuman humedad y que velan porque el silencio sea completo y el calor muera antes de cruzar el umbral.

Lilián, ahora y desde entonces, recorre el pasillo de su mundo enano, pisando una vetusta alfombra que amortigua su andar, sintiendo como se quiebran las fibras y los hilos con el peso de su cuerpo a cada paso dado, percibiendo los quejidos que nacen del amargo tormento al que les somete, imperceptibles para toda mujer cuerda, pero que se hacen estruendo contra los tímpanos de Lilián. Y, paso a paso, recorre su cárcel de olvido y llega hasta los siseos serpentinos que provoca la piel de su cuerpo contra la cerámica del suelo y las paredes de una pequeña cocina, en la que le aguardan la violencia de las explosiones del agua que hierve sobre un fuego, el cual se yergue desafiante hasta lograr exasperar sus sentidos con carcajadas cargadas de maldad, mientras sus llamaradas torturan a unas maderas, retorcidas de dolor, que no dejan de quejarse y llorar.
Y, Lilián, allí donde no llega ni viento ni luz, ni sonido alguno, ni calor exiguo, allí donde el bosque genera, y almacena, todas las sombras que han de atormentar al mundo real, tiembla de profundo miedo rodeada de todos aquellos estruendos que nacen del silencio absoluto y entre los cuales, una noche más, anuncia su rendición a intentar mantener una mínima reminiscencia de lo que su vida algún día fue y ruega al tiempo que, por favor, detenga su juego y abandone su piel. Mas los días se empeñan en continuar su camino y, una noche más... ¿qué hay de nuevo, Lilián?, pregunta la soledad.

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