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Muelle flotando
...soy una náufraga sentada en el extremo de mi isla, aguardando que algo rompa el tedio del horizonte y lanzo, a la brisa que sacude este lugar, mis llantos en forma de palabras cojas... así empezó todo

jueves, 15 de noviembre de 2007

El espejo, 1

En mi sueño, las gotas de lluvia arreciaban furiosas sobre la piedra que sobrevivía a mis pisadas. Se deslizaban por los surcos trazados por el tiempo en los muros, como los dedos que se pierden entre la espesura de un cabello anudado. Resbalando por el laberinto de roca en busca de los charcos, cien veces pisados, que poco a poco se extendían incansables, agitados, en busca de nuevas fronteras, de nuevos espacios, hasta ir a morir, en una vertiginosa caída escaleras abajo, deshaciéndose contra los férreos escalones de fría piedra.

En mi sueño, la luz era tan sólo un vago recuerdo a punto de cruzar la frontera del olvido eterno. Un exiliado más de ese mundo de lluvia, frío y profunda oscuridad que me abrazaba con firmeza. Un frágil resplandor que aparecía camuflado entre la humedad del aire, para matizar las arrugas de la roca, para resaltar los desniveles del suelo, las texturas de mi piel erizada, los colores propios de la noche cerrada.

En mi sueño, las escaleras conducían a un pasillo tan largo, como oscuro; tan perfectamente recto, como absurdamente vacío. Un túnel, arrancado a las entrañas de la piedra, que apenas permitía pasar por él el ancho de mi cuerpo. Un pasadizo, al resguardo de la lluvia que ya no me alcanzaba, sumergido en un océano de voces susurrantes, de hilos de voz llenos de intencionada sutileza, que parecían recitar algún tipo de indescifrable letanía, con un ritmo cercano a la enferma respiración de un moribundo; acelerándose, mientras se vuelven más y más vibrantes, para casi morir por completo unos segundos después, en medio de quejidos inaudibles, y vuelta a empezar de nuevo, sin fin, sin descanso, tortuosamente cíclicas.

En mi sueño, el pasillo moría unos metros después, trecho que se tornó en viaje infinito, gracias al peso del miedo anclado a mi espalda. Llegaba hasta una habitación, inabarcable para mi vista, en donde las paredes, o bien nunca habían sido levantadas, o bien alguien habría logrado camuflarlas sabiamente entre las sombras que se desprendían de las velas, casi agotadas por el tiempo transcurrido, y los metales retorcidos que ocupaban lo que parecía ser el centro de aquella sala sin paredes, sin fronteras.
A cada paso dado, las formas absurdas, casi grotescas, que danzaban con el tintineante resplandor de las velas, se tornaban más y más comunes, conocidas, descifrables.
Donde hace unos minutos tan sólo podía ver metales de formas descabelladas, lograba identificar, una vez que mis sentidos hallaban la manera de sobrevivir al espeso ambiente de la habitación, las raíces, torcidas hasta lo ilógico; el tronco, contorsionado como si de una nudosa vid centenaria se tratase; y las ramas, desnudas, de arbustos de hierro y óxido que crecían aferrados a un marco de piedra serena y fría, trepando, como el que imita a una planta llena de vida, para tapizar cada centímetro de roca inerte.

La habitación desnuda de mi sueño, alojaba velas que agonizaban, lejanas e interminables letanías que no eran más que tormento, y naturaleza sin vida que comprimía los sentidos y la cordura. En mi sueño, el marco de fría piedra que destacaba en medio del caos del centro de la sala, encerraba un espejo capaz de aprovechar la escasa luz, viciada de sombras y espacios infinitos, que le llegaba para reflejar una imagen perfecta de mí misma. Mi rostro en el vidrio y, más tarde, la dulzura de mis manos acariciando sorprendidas la piel de mi cara, como si mi reflejo me fuese algo desconocido, como si mi imagen se estuviese formando en ese instante por primera vez y quisiese comprobar, a fuerza de suaves caricias, que era verdad lo que se pintaba ante mis ojos, como si no fuese más que un pequeño animal asustado.

En mi sueño, el tiempo pareció detenerse en el momento en el que puse una de mis manos sobre el cristal, para ceder el calor de mis yemas por un poco del frío encerrado en un marco de piedra firme. Mis dedos presionaron el vidrio con extrema delicadeza, y el espejo no dudó en corresponder tan dulce gesto.

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