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Muelle flotando
...soy una náufraga sentada en el extremo de mi isla, aguardando que algo rompa el tedio del horizonte y lanzo, a la brisa que sacude este lugar, mis llantos en forma de palabras cojas... así empezó todo

sábado, 2 de diciembre de 2006

Agua, y 3

Y no fuimos nada más que eso, granos de azúcar agonizando en un mar incontrolado, arrastrados, sin remedio, por una corriente que nos arrancaba la piel a tiras. Un infinito caudal de agua, que provenía del mismo lugar del que partieron las viejas décadas de polvo esclavizando el aire.

Continuos homicidios de todo aquello que la necesidad, la sed y los párpados vencidos habían construido durante años, se sucedieron un unos pocos días, y sin tiempo para llorar los cadáveres de lo que perdíamos en el camino, los suelos a nuestros pies se volvían fríos e inertes. En cada paso dado, un poco menos de tierra al cuidado de las espaldas y más acero guiando el agua que el cielo nos brindaba.
Nacieron fronteras donde sólo reinaban los horizontes y sentimos como nuestra, cada pedazo de una Tierra que hace no mucho detestábamos.
Quisimos poseer los primeros brotes de hierba y los sorprendentes reflejos en el agua, el color incendiando la tarde y la humedad resbalando suave por la pendiente de la ladera, pero nuestras manos, como no podía ser de otra manera, se mostraron torpes y agarrotadas, incapaces de tomar ni siquiera un pequeño trozo de la vida ante nosotros, zafias hasta el punto de derramar y resquebrajar, incluso aquello que tan sólo tanteábamos con la yema de los dedos.

En nuestros bolsillos crecieron ambiciones y los puños aprendieron a cerrarse en presencia de enemigos. Las miradas... sólo si emanaban de la desconfianza, y los rostros cada vez más ocultos, más privados.
Lejos quedaban ya los días en los que el hombre amaba al hombre. Ocultos tras el muro de la locura, aguardan tiempos mejores los años en los que, si sentía sed, podía calmarla en la sed de tu mirada y, si tú tenías frío, lo ahuyentabas con la piel que cuidaban mis ropas.

El día que por primera vez vi llover, me despedí de lo humano que hay en nosotros y saludé, sin yo saberlo, a la parte más animal de mi razón, a la cara más decrépita de mi naturaleza, a la abundancia de agua cuando mi boca pesa quintales, al frío cubriéndolo todo cuando, más allá de la cúpula, brilla el sol.

Y todavía hoy sigue lloviendo, y cuando no lo hace, todo a mi alrededor me recuerda que no tardará mucho el cielo en diluirse sobre nosotros, en disfrazarnos de agua.







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