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Muelle flotando
...soy una náufraga sentada en el extremo de mi isla, aguardando que algo rompa el tedio del horizonte y lanzo, a la brisa que sacude este lugar, mis llantos en forma de palabras cojas... así empezó todo

martes, 5 de diciembre de 2006

Hambre de locura, 1

Los vencidos cristales que vestían, ya sólo como pequeños remiendos, el techo de los viejos andenes de una estación olvidada, dejaban pasar, a regañadientes, la luz de un sol que a esas horas se mostraba altivo y dominador. A cubierto de la claridad, entre la mugre que marcaba, infalible, el tiempo transcurrido desde la última visita de algún ser vivo a aquel lugar, descansaba un viejo loco, vigilante vocacional de los rincones más perdidos de la comarca, solitario por naturaleza y agotado por principios. Unos cuantos huesos y los músculos estrictamente necesarios para moverlos, y algún que otro bastón en forma de alcohol, o cualquier aliado que lograse calmar su alma.

Pensé que, seguramente, sus labios habían permanecido sellados durante mucho tiempo, al menos, eso parecía indicar el lapso interminable de incómodos segundos, que tomó a su boca contestar a mi saludo. Probablemente sus labios se descontrolaron en ese instante, porque la mirada del viejo loco no tardó en clavarse en el suelo, como tratando de olvidar mi presencia. Pero quizá el miedo de que la locura no le fuese exclusiva, le hizo interesarse por el motivo que llevaba a una niña como yo, a vagar por lugares sin pisadas resecas. No supe que contestar a su pregunta, y él pareció hallar la respuesta por mí. Se sentó tranquilo, con la calma de quien ha dado la espalda a los días hace mucho tiempo, y hurgó en su pasado para mostrarme el mío.

Las palabras del viejo loco, eran como las nanas que absorbían tus sentidos, cuando luchabas por no perder ni un segundo de la vida flotando a tu alrededor, cuando la muerte, aún sin conocerla, te atemorizaba cada noche. Y como en aquellos días, para mí también murieron todos los relojes, y el sol no fue más que un estúpido al que no hacer caso, y el tiempo se midió en frases y lágrimas, y en nada más que eso.

Descubrí lo ocupadas que habían estado mis manos todos estos años. Enfrascadas en una lucha por tallar las vísceras que mi piel recubre. Empeñadas, sin yo saberlo, en la labor de eliminar cada una de las esquinas de mi alma, de las punzantes esquinas, donde sin remedio se golpeaban mis sueños, y en las que, poco a poco, se acumulaban los sucios restos de las batallas perdidas, el polvo de los lugares conquistados y todo el humo que respiro cada día. Y el contemplar mi alma tan aséptica, tan lisa y redondeada, tan perfectamente lustrosa, fue algo grotesco para mí. ¿A qué lugar han ido a parar aquellas lágrimas que un día lloré?, ¿por qué debo creer que seré más feliz sin ellas ensuciando mi memoria?

El viejo loco se llevó la botella a la boca, y secó la comisura de sus labios con piel ajada de su muñeca. Mientras tanto, el silencio gritó en mis oídos todos los nombres olvidados con el paso de los años, y un solo instante bastó, para cubrir completamente las paredes de mi interior de esa capa de mugre, pegajosa e incómoda, que deberían generar los malos ratos vividos

[…]







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