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Muelle flotando
...soy una náufraga sentada en el extremo de mi isla, aguardando que algo rompa el tedio del horizonte y lanzo, a la brisa que sacude este lugar, mis llantos en forma de palabras cojas... así empezó todo

lunes, 16 de abril de 2007

Soledad:


Las calles de la ciudad perecen, asfixiadas por el incontrolable tránsito de hombres y mujeres, sus sonrisas despreocupadas y sus miradas imperturbables. En el ambiente, sembrado por una noche oscura, se funden aromas de diversión y la suave melodía de un blues que huye de las alcantarillas y los callejones, para sortear nuestros pies, a ras de suelo, y filtrarse con las ropas, piel arriba, hasta emborrachar nuestras cabezas.


Lonely nights in Sopot
"lonely nights in Sopot" por j_photo


El cielo postizo de cada noche, se disfraza hoy de luz y surrealismo. Se empapa del licor evaporándose de las copas rotas. Se descubre a sí mismo, reflejado en el suelo húmedo y sucio de las calles, y se sonroja al sentirse desnudo en sus ropas de formas infantiles y colores vivos.

Permanezco sentada, con mi espalda reposando en una pared de hormigón. Las piernas dobladas me ofrecen mis huesudas rodillas como almohada que recoja el peso de mi cabeza. Cedo al sopor que me producen las horas vencidas y expolio las últimas reservas de energía, para abrazar mis muslos, acurrucada, serena, ebria de un blues melancólico y suicida.

La soledad, acumulada durante años, bloqueaba la puerta, dividía la casa. Unas cuantas embestidas con el hombro después, el pasillo se mostraba desnudo y artrósico, viejo y austero como siempre, pero mucho más consumido, gastado por una oscuridad permanente, aliada del polvo y el hedor. Los pasos hacían crujir el suelo, quejumbroso como el enfermo vacío de fuerzas para moverse en su lecho, y las sombras caminaban, débiles, siempre unos centímetros por delante. En el extremo del pasillo, la nada. Un pequeño cuarto, su cama y tu cuerpo primero. Después, la cama, tu cuerpo inerte y las paredes bordadas de ese profundo color rojo.

La soledad reflejada en el papel vetusto, náufrago en la tiranía del mar de los años, como relieves de color rojo intenso y pliegues por allí por donde pasaron tus dedos, para hacer resbalar el carmesí sobre las paredes desnudas. La habitación decorada por rostros sonrientes. Caras dulces, amigables, trazadas con pulso firme y delicadeza, sobre los muros que delimitaban el espacio. En el centro del cuarto, metros de herrumbre formaban la cama y, la muerte sobre tu cuerpo, contemplaba, saboreaba, los cien últimos amigos, de color rojo intenso, que llegaron a tiempo para despedirse, para recordarte. Las puertas se cerraron de nuevo y allí te quedaste, yaciendo desnudo, rodeado de amigos, con un pequeño charco de sangre seca bajo una de tus muñecas, acompañado o solitario, no lo se.

Comienza a llover. Lluvia sutil que no duda en empapar, lentamente, mis cabellos. Dudo si sueño, pues siempre creí vivir bajo una cúpula de transparente cristal, quizás no vivo, tan sólo duermo. No lo se, no me importa. Creo que estoy pensando en ti, creo que te echo de menos. Me mojo, y el color que cubría mi rostro, que dibujaba una carcajada en mi piel, se deshace y va a parar a la suciedad de las calles, a la pendiente de las aceras, a la música surgiendo de las alcantarillas. Que no se detenga este blues, que continúe sonando toda la noche. Todavía estoy serena, rezo para que la música llegue y me rescate, llegue y me lleve con ella, al lugar donde los rostros sonrientes, grabados una pared, tengan sentido, besen y acaricien. Que continué la noche, la fiesta en las calles y la música mezclándolo todo.







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