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Muelle flotando
...soy una náufraga sentada en el extremo de mi isla, aguardando que algo rompa el tedio del horizonte y lanzo, a la brisa que sacude este lugar, mis llantos en forma de palabras cojas... así empezó todo

martes, 16 de enero de 2007

Cien años, y 2

Desposeída de la sensibilidad que hace no mucho todavía servía como caparazón para tu cuerpo, fundida con la humedad que deambula sonámbula entre los olmos seducidos por la orilla del lago, con tan sólo cuatro sentidos para atar tus pies a la tierra, entre la noche cegada por niebla y frío, sientes la presencia de los que están cerca de ti, de los que han caminado unos cientos de metros, como tú, de los que han oído las historias que se cuentan donde a la luz tan solo le importa la bebida emborrachando las copas. Percibes que no eres la única bordeando ese abismo de agua helada, y sin embargo, ante ti no hay más que una certeza, la incuestionable verdad de que el lago ha sabido encontrar una orilla sólo para humedecer tus pies, y los de nadie más.

Y no tarda en acercarse el anciano en su embarcación, un esqueleto cruzando el lago en la noche, un ser rabioso y convencido de que sólo se puede existir, si a la vida tan sólo le permites contemplar tu espalda. Clava su remo en el fondo e impulsa el bote hacia ti, mientras escupe, entre murmullos, todo el odio que le provoca una silueta rompiendo el perfecto equilibrio de árboles desnudos, niebla espesa y húmeda oscuridad.

Como un Caronte, arrancado de Aquerón para dejarlo caer en el mundo de los vivos, te ofrece su guía para conducirte a ese inframundo, a ese infierno que debe aguardar tras el lastimoso pasillo que la embarcación ha trazado sobre la mágica capa de agua helada. Y sin remedio, no tardas en ser su nueva pasajera, adiós a lo que quedaba de tus sentidos como óbolo por el viaje y, a cambio, la inestable madera bajo tus pies y una proa que apunta a la austera espesura de la nada.

Comienza el viaje, lento y pausado, en un mundo lejano a la tiranía del tiempo, entre los gritos atormentados del viejo, aullidos y voces que no escuchas pero que sientes punzantes en tu cabeza. Mientras avanzas, el hielo se deshace a tu paso y el agua se congela tras de ti, y en las orillas, entre los árboles, algunas figuras aguardan inmóviles su turno para cruzar el lago, eternas almas vagando perdidas en la niebla, gastando los años allí donde las horas todavía reinan, quemando cien años o más, sólo para mantener caliente su cuerpo mientras aguardan la bondad de un viejo barquero cansado de viajar.

Se termina el trayecto y la madera se incrusta en la tierra reblandecida del otro extremo del lago. La embarcación se aleja, y, desposeída de tus sentidos, saboreas en pie la dulce sensación de estar donde nadie nunca antes ha estado, completamente sola en tu propio infierno. Das unos pasos y hallas un sendero eterno y virgen. Caes rendida ante él y lo recorres, sin remedio, hasta llegar a una pequeña plaza, hecha a base de enormes piedras en ruinas. Un minúsculo oasis de roca entre la densa vegetación, flanqueada por columnas que no sustentan nada, erguidas como los barrotes de la más común de las celdas y en el medio, entre arbustos luchando por crecer unos milímetros sobre el suelo, sientes aparecer ante ti docenas de estatuas, unas inacabadas, otras mutiladas; viejas representaciones de hombres y mujeres ya olvidadas por su creador, pero a las que puedes, una por una, otorgar un nombre propio. Te sientas sobre una enorme roca, anciana y terriblemente arañada por el tiempo, y dejas pasar las horas, dejas caminar al tiempo.

Más allá del extremo sur de la ciudad hay un lago helado, una niebla espesa y un cadáver que rema y guía una embarcación desde la vida hasta donde tus pesadillas te lleven. Más allá del extremo sur de la ciudad, hay una plaza de viejos conocidos, de viejos amigos, de mutiladas estatuas de sal. Más allá del extremo sur de la ciudad hay un rincón en el que muchas nos perdemos durante horas, conversando con aquellos que sólo viven en el pasado. Más allá, mucho más allá del extremo sur de la ciudad, hay hombres y mujeres que aguardan durante años, centenas de años, para poder conocer su personal infierno de figuras, de viejas conocidas estatuas de sal. Y muchos queman las horas simplemente esperando y otros, otras como yo, nos perdemos en infiernos cuando solamente buscábamos huir de la vida, y gastamos cien años en conversar con fantasmas de sal, con mudos fantasmas salados.







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