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Muelle flotando
...soy una náufraga sentada en el extremo de mi isla, aguardando que algo rompa el tedio del horizonte y lanzo, a la brisa que sacude este lugar, mis llantos en forma de palabras cojas... así empezó todo

sábado, 28 de julio de 2007

Miedo... a ser encontrada

La voz le temblaba, frágil como la llama que se contonea azotada por una un hilo de brisa inconsistente, mientras dictaba a la máquina las palabras destinadas a culminar su obra. Un segundo después de cerrar, con un esquelético fin, los últimos dos años de su vida, dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre el cristal que aún le separaba del mundo exterior. Vacío de fuerzas e ideas, haciendo uso del aliento reservado para ser despilfarrado justo ahora, cuando todo vuelve a ser sombra, besó con la piel de su frente el suave tacto del vidrio empañado por el vaho que agoniza… y, como vaho, se derritió sobre el cristal.


La inabarcable extensión de calles entrecruzándose y edificios engarzados con maestría hasta asfixiar la atmósfera de la ciudad, se apoderaron de su mirada, de sus sentidos. Todo parecía básicamente similar a la reminiscencia que torpemente le brindaba, todavía, su memoria. Imágenes de aquel día en el que por última vez se acercó a la ventana, en el que, tratando de hallar algún recuerdo eterno, absorbió la tenue luz de una mañana luchando por sobrevivir a un mediodía cualquiera.

Dos años después, el polvo continuaba su suave levitar unos centímetros por encima del asfalto cansado, saltando, de paso en paso, para aprovechar el aire desplazado en un intento por no caer nunca rendido ante el suelo recubierto de frío. Y, mientras tanto, acompasadas, las luces de la ciudad seguían enfrascadas en sus batallas de perpetuos parpadeos, ahora igual que antes, breves, torpes, entrecortados como un tosido enfermo, coloreando las huellas que minutos antes alguien habría trazado sobre las aceras, tan vacías ahora como en sus recuerdos. Y en los rincones en los que hace un par de años descansaban grupos de sombras, eran ahora las mismas manadas de oscuras siluetas las que se agolpaban, como ancianos discutiendo en silencio sobre la prisa del tiempo, sobre la tiranía de las fuerzas perdidas.


La realidad congelada aguardando su regreso. Anclada, durante años, en el mismo lugar en el que un día Odeim se despidió de ella. Paciente compañera que permite a la sal trenzar sus cabellos mientras busca con la mirada, el punto distante que rompa el perfecto equilibrio del horizonte sobre la calma del mar. Sin prisa, con la única vocación de aguardar al regreso del que ha huido, para tomar su mano, para caminar, nuevamente, a su lado.


Lonely

"Lonely" por Cesar R.


Odeim siente los dedos de sus manos vencidos por la piel de aquella que escuchó, pacientemente, cada una de las frases, torpes y embusteras, que se amontonaron durante estos dos años una tras otra, tarde tras tarde, un día y otro, sin pausa, sin más misión que la de tapar las fisuras de la habitación por las que pudiese entrar, furtivo, el tiempo mientras huye y la realidad que le persigue. Y, al fin, ella, como siempre, ella, llega y toma su mano. Se acerca, susurra su nombre y tira de su cuerpo hacia al otro lado. Hacia el otro lado del vidrio que aún sirve de frontera, hacia los desiertos de asfalto, rumbo a las horas sorteando caprichosos puntos de luz y eternas sombras.


Y la ventana deja de ser sólida y el cuerpo de Odeim abandona su cuarto, su obra recién terminada y la máquina que espera paciente que alguien borre el fin que ya quema la pantalla. Y ambos, Odeim y la que sostiene su mano, caen como agua suicida, como el telón de la función última, la que ya nunca más será, la que ya ha dejado de existir devorada por el tiempo, el olvido y la realidad seduciendo los ojos que un día lloraron de pura emoción.


El vuelo termina y Odeim ya no existe. Pero vive y respira, junto a otros cientos, o quizá miles. Vuelve a sentir libre su mano y, sorprendido, descubre que su piel todavía recordaba qué era echar de menos la piel de otro. Le gustaría sentarse y pensar, abstraerse del ruido que parece rodear todo de nuevo y jugar a reconocer el calor que aún conservan sus palmas y sus yemas, pero alguien le empuja, parece estar a punto de perder el equilibrio, sin embargo, logra mantenerse en pie, da un paso y luego otro más… sonríe, mira a su alrededor y, al fin, Odeim ya sólo camina.










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