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Muelle flotando
...soy una náufraga sentada en el extremo de mi isla, aguardando que algo rompa el tedio del horizonte y lanzo, a la brisa que sacude este lugar, mis llantos en forma de palabras cojas... así empezó todo

lunes, 12 de febrero de 2007

Un puñado de hilachas, 2

Las vías de comunicación que unían el subsuelo con la superficie del planeta se aseguraron, quedando completamente selladas, y, tras ellas, Doortoda la población que habitaba en los enormes edificios del centro, aislados siempre del mundo y mucho más tras el accidente, fueron llamados a detener cualquier tipo de actividad en aquel día, a permanecer en sus casas o en el laberinto de calles que se extienden bajo la piel de la ciudad, a malgastar las horas haciendo todo aquello que, ahora que disponían de la oportunidad, eran sólo recuerdos de gestos y acciones ya olvidadas. Bajo la superficie, toda la marea humana que provenía de los lugares a los que las noticias llegan cuando dejan de ser actualidad, chocaba de frente con el vacío de los callejones, con las travesías desérticas y con los primeros narradores de la realidad que transcurría unas decenas de metros sobre sus cabezas. Y se topaban con las historias, ya aderezadas por su continuo saltar de boca en boca, que fluían por entre las raíces de ese manglar de metal que zigzaguea bajo nuestros pies, provocando austeras muestras de sorpresa y decididos caminos de vuelta a casa. Pero en la mente de una niña, los cantos de una tragedia reciente, o las profecías de un futuro incierto, pierden en dramatismo y ganan en emoción y fantasía, y así fue como, paso a paso, dejé, inconscientemente, que las noticias me atravesasen, cruzando una pegajosa capa de dulce infancia, despertando todos mis miedos y muchas de mis curiosidades, activando mis sentidos y una desconocida capacidad de percibir la lentitud de los segundos, para así dejarme flotar por entre el tedio de una mañana vacía de cosas a ser realizadas, llena de pasillos por ser recorridos, nido de rincones nunca antes vistos, nunca antes por mí pisados.

Y así fue como, pasado un tiempo, me sorprendí sentada en la esquina que formaban dos estrechas callejuelas, rincón impregnado de la soledad que el paso de las horas había esparcido por el subsuelo, rellenando con silencios lo que otro día cualquiera serían pasos y miles de pequeños ruidos más. Rodeándome, las calles enanas se extendían deformes en busca de lo oscuro, cada una en una dirección, y, tras mi espalda, los relieves de una enorme puerta metálica se iban haciendo presentes, tallando mi piel y mis ropas de una forma sorpresiva, naciendo de donde antes sólo había pared. Largas y firmes rectas de duro metal soportando el peso de mi cuerpo, y mientras balanceo los huesos y los músculos, frotándolos contra el recién hallado trozo metálico, siento cada uno de los punzantes y desordenados puntos de soldadura y remaches que conforman la estructura. Todo donde no había nada, tras de mí, donde antes tan sólo descansaba el peso de las ensoñaciones de mi mente, y ahora surge un nuevo pasillo, estrecho y deforme como todos los demás, por el que malgastar un puñado de horas. Y así fue, no tardé en ponerme en pie y hacer girar la manivela circular que la mantenía cerrada. Un par de chasquidos después, mis vista se enfrentaba a un pasillo de extraño suelo no metálico, un sorprendente camino de lo que parecía tierra pisada hasta la extenuación, tan lisa y perfecta como si hubiese nacido de un molde cualquiera, pero con ese aspecto de heterogeneidad que tienen las cosas que no se hayan bajo el subsuelo de la ciudad.

A medida que me adentraba en el nuevo camino, dejaba tras mi espalda, la luz artificial que aún lograba colarse a través de la puerta entreabierta, y, a cada paso, la justa oscuridad del lugar se iba haciendo cada vez más visible, menos densa, más perfecta. Y no tardó en ser la oscuridad ideal, venciendo por completo a la luz propia de los pasillos zigzagueantes que mi mente ya había olvidado por completo, ese punto de justa oscuridad que te permite discernir formas, pero no detalles. Que te da la oportunidad de percibir siluetas, pero no objetos. Que logra mezclar la vista de tus ojos con la mirada de tu imaginación. La oscuridad necesaria para que la segunda mitad del mundo ante ti, sea pintada por tu mente y no por la aséptica claridad del día. Y continué caminando, poco a poco, paso a paso, identificando lo que antes parecían enormes paredes, y ahora se mostraban como caóticos montones de basura, de chatarra. Montañas de desechos que acompañaban mis pisadas y de las que parecía escapar un continuo siseo, un sonido casi inaudible, como el zumbido sordo de cientos de aparatos eléctricos encerrados en una misma habitación.

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